Setos en cada triángulo

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Como certeramente ha descrito Antonio Barrionuevo¹, la expansión de Sevilla al norte de su lí­mite amurallado histórico no fue guiada por planificación genérica alguna, sino que, con la espontaneidad de un crecimiento casi vegetal, fue desarrollándose rellenando los recintos de las antiguas huertas mediante conjuntos residenciales inconexos entre sí­, algunos de los cuales no ocultan en su toponimia su precedente agrícola (El Fontanal, Árbol Gordo, El Cerezo, La Barzola). Los antiguos caminos rurales se transmutaron paulatinamente en calles predominantemente radiales con destino en las viejas puertas de la ciudad. En las décadas de la postguerra civil la excusa higienista y la confianza ciega en la repetición de los tipos eficientes de vivienda está en la base de la sopa de barriadas desencajadas que se despliega al norte de las murallas de la Macarena. Con interesantes excepciones, como el caso de La Barzola  (una extraña ciudadela con su propio microurbanismo ensimismado), los bloques de vivienda, repetidos y casi todos derivados bien del modelo de doble crují­a o del tipo “en H”) simplemente se suceden sin jerarquí­a ni estructura urbana reconocible que no sea la agrupación por conjuntos residenciales o la alineación al entramado de calles sin urbanismo.

No hay otra forma racional de agrupar un bloque en doble crujía que no sea la continuidad lineal. Una ciudad de líneas paralelas parecen propugnar algunas barridas en el ensanche norte de Sevilla. Con el bloque en H se pueden generar las mismas alineaciones, de líneas “más gruesas” en su caso, y así parece ocurrir en gran parte de los conjuntos residenciales. Pero en la Sevilla de aquellas décadas de desarrollismo y vivienda en masa tuvo fortuna una particular forma de agrupar los bloques en H: uniéndoos por sus hastiales ciegos, pero no en toda la longitud de esas fachadas sino sólo en la mitad, dejando el patio interior abierto y creando asociaciones diagonales. Observando el plano de la ciudad, éste muestra cómo las barradas parecen deshilacharse conforme se acercan al borde de la ciudad construida. Allí en los bordes, sin obedecer a calles ni a orientaciones repetidas, los bloques en H se alinean diagonalmente en diferentes direcciones, como si añoraran el pasado vegetal del territorio de huertas o las utopías urbanas de Le Corbusier y quisieran aparecer libres, sin fachadas continuas, como objetos plantados en el paisaje. En la misma época se reconocen en el borde oeste de Triana trazados similares: diagonales escalonadas rebeldes a la inevitable trama de calles más o menos reticulares.

La  consecuencia es el reino de los triángulos: residuos en el intersticio entre las fachadas escalonadas y la calle que las circunda. Leftover spaces que sólo cabe rellenar con vegetación y un seto circundante.

El proyecto del Centro de Salud Alamillo de Sevilla no se iba a edificar donde finalmente lo fue. La parcela del concurso de ideas era rectangular y holgada, en la Avenida del Dr. Fedriani, pero, con el anteproyecto ya elaborado, el promotor se encontró con la resistencia vecinal a ocupar un espacio libre ya consolidado como recinto deportivo y de juegos. Con la urgencia de la promesa que había que cumplir, se hizo necesario encontrar una rápida alternativa en un barrio de triángulos disponibles, y normalmente muy pequeños.

En alguna ocasión me he referido a las sensaciones que produjo el proceso de proyecto del Centro de Salud “Alamillo” de Sevilla como las que se dan el algunos clásicos del western como “Río Bravo” o en su versión más salvaje y urbana, “Asalto a la comisaría del Distrito 13”. Allí, conforme a la acción progresa y los villanos se hacen más fuertes en el avance hacia la habitación donde se encuentra custodiado su cómplice, los protagonistas se tienen que defender en un recinto cada vez más pequeño, cada vez más oscuro y cada vez más imposible. Pero donde, por el contrario, la trama se hace cada vez más emocionante.

El programa de usos del Centro de Salud tení­a que acomodarse ahora en una parcela con la mitad de la superficie de la inicial y con la antipática forma de un triángulo muy agudo. Un tipo de solar donde, en posiciones cercanas, habría un seto perimetral y un jardín tení­a ahora que solidificarse un edificio. El fácil imaginar lo preciso que tuvo que ser el juego geométrico del proyecto para encajar los usos, resolver las esquinas y no renunciar a la presencia de algún espacio de encuentro interior representativo. Resultó útil escudriñar las licencias normativas de la ciudad para, por ejemplo, aprovechar el permitido del voladizo de del 50% de la fachada para alcanzar la superficie útil requerida.

Nos gusta imaginar el edificio como un seto sobredimensionado y solidificado, que circunda un pequeño espacio de encuentro. Algo de esta sugerencia permanece en la elección del cerramiento de paneles prefabricados en despiece de grandes piezas de ranurado vertical y ventanas como rendijas de ese imaginado tamiz. En el edificio triangular hay una cuarta fachada, la cubierta, que se trata como un jardín de césped artificial, de donde brotan los lucernarios. Así­, como no podía ser de otra manera, el edificio es invisible desde Google Earth.

Al final caben en los triángulos más cosas de lo que parece a primera vista. Cuando ahora observamos la forma habitual de llenarse de esos espacios residuales, residuos de las diagonales de bloques en H, ajardinados pero muchos de ellos incluso vallados y deshabitados es fácil imaginarlos llenos de vecinos como lleno de visitantes está el atrio del Centro de Salud. ¿Y si los triángulos no fueran residuos? ¿Y si pudieran ser lugares de arquitectura? Y no destinados solamente a esforzados edificios motivados por la urgencia de localizar un sitio para un centro de salud errante sino también para una variedad de equipamientos, al aire libre o no. Jardines usados de forma creativa por la comunidad, espacios de encuentro cobijados, lugares públicos equipados, recintos para la conversación, la lectura, el juego, la interacción con la vegetación o el agua… Nada es residual, todo depende de adoptar la escala adecuada.

William H. Whyte, el apóstol de los “pequeños espacios urbanos” escribía en 1980: “El hecho es, sin embargo, que para el futuro probable las oportunidades en los centros de las ciudades serán para los espacios pequeños (…). Algunos de los espacios más felices, además, son sobras, nichos, restos de espacio que por feliz accidente funcionan muy bien para la gente”2

La imposible inserción de un edificio en un jardín triangular nos hace contemplar de otra manera los recortes, los residuos que antes nos parecí­an mí­nimos, sin posibilidad ninguna de ser habitados. Podemos decir como Lluis Clotet después de visitar por primera vez la intervención de Piñón en Viaplana en la Plaza barcelonesa de Sants, llena de objetos “vulgares” de la ciudad como fustes de semáforos o bolardos galvanizados: “Volví­ de nuevo la mirada a esas cosas que pueblan la ciudad, y vi que eran maravillosas”.

¹ Barrionuevo Ferrer, Antonio, Sevilla. Las formas de crecimiento y construcción de la ciudad. Universidad de Sevilla, Sevilla, 2005.

² White, William H., The Social Life of Small Urban Spaces. Project for Public Spaces, New York, 1980.

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