En 1935 Le Corbusier visita la planta de fabricación de Ford en River Rouge y transcribe sus impresiones: “Salí de las factorías de Ford en Detroit. Como arquitecto, estoy sumergido en una especie de estupor. ¡Cuando llevo menos de mil dólares a un solar no puedo construir ni siquiera una habitación! Aquí, por el mismo dinero, se puede comprar un coche Ford (…). ¡Todas estas maravillas mecánicas pueden ser tuyas por menos de mil dólares! (…) Este es el dramático conflicto que está estrangulando a la arquitectura, que hace que los “edificios” se queden fuera de los caminos del progreso. En la factoría Ford, todo es colaboración, unidad de puntos de vista, unidad de propósito, una convergencia perfecta de la totalidad de gestos e ideas. Con nosotros, en la construcción, no hay nada más que contradicción, hostilidad, dispersión, divergencia de puntos de vista, afirmación de objetivos opuestos, maltratando el terreno común”
El mismo año, Walter Gropius escribe: “La estandarización no es un impedimento para el desarrollo de la civilización sino, por el contrario, uno de sus prerrequisitos inmediatos”. El entusiasmo de los padres del Movimiento Moderno por la fabricación estandarizada de bienes de consumo, de los que el coche (un espacio habitable a su manera) es el paradigma, no deja dudas: el arquetipo de la producción industrial se había instalado en el inconsciente colectivo de las aspiraciones de la modernidad.
Tal vez se podrían rastrear los orígenes de esta tendencia allá en los escritos de Viollet-le-Duc, un autor de probada ascendencia sobre las figuras más activas del Movimiento Moderno. Como se deducía de su visión idealizada de las catedrales góticas, para Viollet, el mejor edificio “era el que conseguía lo máximo con lo mínimo”. La estructura de la catedral utilizaba la capacidad portante de la piedra y su incapacidad de soportar tracciones para cobijar el mayor espacio posible y para conseguir la mayor altura con la mínima cantidad de material. En una línea de pensamiento parecida se expresaba curiosamente el propio Henry Ford: “Por alguna burda razón hemos llegado a confundir solidez con peso. Los métodos groseros de la construcción primitiva sin duda tienen algo que ver con esto (…). La mentalidad del hombre que hace cosas en el mundo es ágil, ligera y fuerte. Las cosas más hermosas del mundo son aquellas a las que se les ha eliminado todo exceso de peso. La fuerza no es nunca sólo peso, sea en los hombres o en las cosas”.
El propio Frank Lloyd Wright era deudor reconocido de Viollet-le-Duc, y escribe sobre su tratado “Entretiens sur l’architecture”: “Aquí puedes encontrar todo lo que necesitas saber sobre arquitectura”. No es difícil encontrarse con estas visiones interrelacionadas en los albores de la creación de la bases conceptuales de la modernidad arquitectónica. Si a éstas se añade la conciencia social de raíz utópica que alimentaba a las vanguardias (y que subyace en el escrito entusiasta de Le Corbusier sobre la factoría de River Rouge) se comprende el lugar que la veneración por la prefabricación (y específicamente por la prefabricación ligera aplicada a la vivienda) ocupa en estas vanguardias.
No parece extraño, por tanto, constatar la presencia constante de experimentos con prefabricación ligera de viviendas en la trayectoria de prácticamente todos los maestros, y no tan maestros, del período “heroico” de la arquitectura moderna. Experimentos que casi siempre resultan más o menos fallidos. Los propios Wright y Gropius fueron protagonistas de algunos de los más sonados fracasos: las “American System Built Houses” y las “Packaged Houses” respectivamente. En su texto “The Dream of the Factory-Made House”, Gilbert Herbert describe la paradoja: a lo largo del siglo XX los arquitectos más prominentes lo intentan una y otra vez, con resultados normalmente poco satisfactorios, pero la lucha, por algún motivo incomprensible, continúa.
En el fondo tal vez permanezca la responsabilidad social bajo el intento continuado de inventar viviendas más eficientes, asequibles como coches y (añadiríamos en nuestra época de permanente crisis energética) con menos consumo de recursos materiales en su buscada ligereza. La realidad de las experiencias materializadas muestra un panorama no especialmente fructífero, enfrentado a las inercias artesanales de la forma convencional de producir la arquitectura, pero esta realidad no ha hecho decrecer el número y la profundidad de las propuestas, que se renuevan década a década.
Pero la apetencia por una industrialización que, al igual en el ámbito automovilístico, reduzca tiempos y sistematice costes no está sólo en el territorio de los arquitectos propositivos. El día a día nos muestra que en el inconsciente colectivo de los usuarios de vivienda subyace la buena prensa de los ideales maquinistas. El discurso permanece nuevo y actual, casi un siglo después, apenas desgastado por las experiencias fracasadas o la evidencia del carácter todavía en gran parte artesanal de la construcción. Todos queremos ser más eficientes, más controlados, más tecnológicos, más optimistas, más limpios… aún a costa de la persistencia de las condiciones específicas de los lugares, las limitaciones del entorno productivo, las resistencias de las costumbres o las bondades de la herencia cultural o la memoria.
Es por ello que es fácil que un cliente se identifique con propuestas que hagan bandera de la industrialización que redime de las pesadas cargas de la construcción tradicional. “Su casa en un mes” sigue siendo un tipo de eslogan bañado en modernidad y optimismo.
Las viviendas Living Kits, en cuyo diseño hemos tenido ocasión de participar se plantearon como un intento de hacer realidad una aspiración a priori tan utópica como la de que cita: se puede tener una casa unifamiliar de tamaño medio cuyo tiempo de construcción no supere el mes, a un precio en el entorno de los 1000 euros por metro cuadrado. Para ello hubo que hacer esfuerzo especial en generar un sistema integrado de detalles de piezas normalizadas, en gran parte prefabricadas en taller, con unas limitaciones de peso y dimensión de transporte que permitieran una secuencia de construcción de la máxima eficiencia.
Sobre el papel sobreabundan las propuestas teóricas de vivienda industrializada. Pero el único filtro sigue siendo la realidad. Con el primero de los sistemas Living Kits se han construido en esos plazos varios ejemplos, el último de los cuales, la casa LK 3 en Churriana, edificada en exactamente ese mes, como muestran las hojas oficiales de inicio y final del libro de órdenes. El proceso necesita, para ser exitoso, detallar con extrema precisión los elementos intervinientes, sistematizarlos, cuantificarlos y proporcionar previamente al taller los planos de fabricación necesarios. La tensión resolutiva de desplaza de la obra a la pantalla del ordenador y un tiempo de construcción tan reducido necesita mayor intensidad y mayor plazo en el proyecto y en la preparación previa. Pero para usuarios con límites temporales o necesitados de la mayor posible en los costes o los procesos el resultado visible puede ser la utopía hecha realidad: su casa en un mes.