Tres palabras monosÃlabas resuenan en el metro de Londres cada vez que se abre la puerta de un vagón. Con la incomparable economÃa de medios del idioma inglés, una voz cavernosa nos dice algo que algunos traducen como “cuidado con el hueco†pero que serÃa más exacto entender como “tenga en cuenta usted la brechaâ€. Preocúpese de lo que queda en medio.
Algo asà debiera estar susurrando en el aire en esta semana de celebración del arte arquitectónico. Los profesionales que verdaderamente “hacen arquitectura†en nuestras latitudes se encuentran muchas veces en un espacio vacÃo entre los trenes que circulan a toda velocidad, los proyectos mediáticos, y los inmóviles andenes del consumidor acostumbrado a la vulgaridad de su entorno vital próximo.
Para la ciudadanÃa resultan muy visibles ambos extremos, pero no es tan fácil percibir la callada labor de un cada vez más amplio sector del colectivo de arquitectos que tratan de dar densidad cultural al quehacer profesional desde el encargo del dÃa a dÃa. La arquitectura no surge de los cenáculos ni de las reuniones de empresa. Tampoco se improvisa en un relámpago de inspiración. Tiene más que ver con esa “secreta labor†a la que invocaba Le Corbusier y a la que se entregan los arquitectos en su silencioso gap.
Si, con espÃritu de entomólogos, quisiéramos seguir la pista a estos espécimenes de arquitecto comprometido verÃamos a unos personajes,  normalmente ensimismados, que están ahora mismo sobre un tablero, trabajando en un encargo o concursando para recibirlo. Suelen dudar y consultar mucho. Al cliente le parecen un poco pesados. Insisten en preguntar todos los aspectos del asunto. Alguna tarde de domingo se les ve pasear cerca del solar con una libreta. Se han metido en un corral de vecinos cercano para analizarlo o se han subido a una azotea para contemplar el conjunto. Tal vez la curiosidad les lleve luego a repasar apresuradamente su biblioteca intentando rememorar un caso parecido en otro lugar.
Al mes siguiente la libreta está llena de croquis. La idea arquitectónica tarda en abrirse paso entre la rÃgida normativa y la limitación del espacio o de la economÃa. Tal vez algún dÃa el cliente comience a inquietarse o los plazos del concurso se echen encima. Es muy probable que el personaje en cuestión trabaje en equipo y durante varias noches algún local de comida rápida tenga que cerrar apagando la luz a un grupo que discute sobre la fluidez de los espacios o los nuevos usos de los materiales tradicionales.
Mientras tanto, al tiempo que ese grupo ensimismado digiere formas, destroza lápices y libros o incomoda a los vecinos de un corral, a otra velocidad se multiplican despreocupadamente los bloques de vivienda que repiten las estrategias de los años 60, sólo que decorados de otra forma. O, a otra velocidad mayor, un polÃtico vuelve iluminado de, pongamos Bilbao, y se sueña cortando la cinta de un edificio en forma de tormenta de titanio, de vela al viento, de misil o de seta. Y también mientras tanto, a ninguna velocidad, una familia aspira a una casa con arcos, buhardillas y mármol macael.
Este tipo de arquitecto aspira a un encargo de la administración. Sabe de sobra que es el promotor privado el que construye la mayor parte del entorno edificado pero es en el encargo público, en el dÃa a dÃa de la vivienda social, de los centros de salud o de las bibliotecas, donde el interlocutor (un cliente que normalmente delega en otros arquitectos) permite el desarrollo de una arquitectura culta, imperfecta o desequilibrada a veces, pero en todo caso ambiciosa y trabajada. El encargo público es escaso y un amplio grupo compite abnegada y monacalmente para conseguirlo, sabiendo que, no por casualidad, casi toda la arquitectura que se premia se encuentra en ese sector.
Pero el sector público no puede promover toda la calle. Ni los centros comerciales, ni las viviendas de las guÃas inmobiliarias, todo aquello que da cuerpo al tejido de la ciudad. ¿HabrÃa, por lo menos, alguna manera de incentivar la excelencia artÃstica de la promoción privada o el cultivo del gusto arquitectónico moderno por parte del usuario de a pie? ¿HabrÃa formas de promover la reflexión sosegada sobre la ciudad, sobre su herencia y sobre su transformación, de una forma tranquila y constante, sin los trompicones de las operaciones emblemáticas, siempre puntuales y casi siempre un punto excesivas?
Entre el hito mediático y el negocio inmobiliario está la ciudad que se piensa a sà misma dÃa a dÃa. En esa tarea están cotidianamente los arquitectos cultos y comprometidos, muchas veces sin encontrar eco. Pero no olvidemos que las ciudades más bellas surgieron de la feliz confluencia y la mutua confianza entre las aspiraciones ciudadanas y la labor callada de ese tipo de profesional. Hay muchos titulados en arquitectura y hace frÃo fuera de la moda instantánea o de la repetición de consignas inmobiliarias. Es muy abnegado situarse voluntariamente fuera del tren y fuera del andén. Tal vez le corresponda a la sociedad en su conjunto cuidar ese delicado y silencioso espacio creativo… To mind this gap.