The Decorated Duck¹

Torneo3

La construcción de la Farmacia en la Avenida del Brillante 58 de Córdoba nos ha dado la oportunidad de dar una vuelta de tuerca a las cuestiones que entraron en la agenda de la arquitectura con la publicación de Learning from las Vegas 1972. En su faceta más divulgada, el texto de Venturi, Scott Brown e Izenour, ponía en valor las lecciones que surgen de mirar con atención las arquitecturas desprestigiadas en lo que denominaban el “commercial vernacular”, el paisaje de los edificios comerciales y recreativos asociados al territorio disperso del automóvil, ejemplificado en el Strip de Las Vegas y su multicolor panorama de billboards y construcciones desmesuradamente vulgares.2

Tal vez ensombrecido tras ese llamativo territorio conceptual, a la que el propio título y la portada del libro hacen honor, discurre un innovador discurso sobre la comunicación y el significado de las formas en arquitectura que se propone desmontar explícitamente el mito de la ausencia de ornamento o de simbolismo en el canon de la arquitectura moderna, reivindicando de paso el valor de la decoración arquitectónica que no se oculta o se sublima.

El instrumento para armar esta nueva visión, y que hizo especial fortuna en la crítica arquitectónica que acompañó al florecimiento del llamado postmodernismo, se encontraba en los términos “Duck” y “Decorated Shed”. En una página especialmente brillante del pragmatismo teórico norteamericano, toda la semilla de una breve pero intensa incursión en el territorio hermenéutico del simbolismo y la significación arquitectónica había nacido de la simple observación de los edificios alineados en ambas orillas del Strip: en ese paisaje solo hay dos opciones “Building as sign” o “Big signs with little buildings”.

La fotografía del “Long Island Duckling”, el edificio de 1931 en forma de pato construido en Nueva York por el granjero Martin Maurer, sirvió para ilustrar de forma contundente la primera de las opciones: así, los edificios que se expresan con los atributos de su propia forma serían denominados “Patos” mientras que los que delegan su función comunicativa a un signo o un rótulo externo, cobijando sus funciones dentro de las formas más simples y convencionales posibles, se llamarían “Cobertizos Decorados”.

Como es moneda común en la crítica arquitectónica, una vez establecidos los términos de una dualidad de conceptos, la herramienta es útil para arrojar luz por la vía de la clasificación y la contraposición. De esta forma, la arquitectura moderna (sirve el ejemplo de la residencia Crawford de Paul Rudolph) está llena de “Patos” que usan la articulación de sus elementos canónicos o el “espacio” para sustituir a la decoración en su función connotativa, mientras que la arquitectura que el propio Venturi propone (sirve el ejemplo de su Guild House) no es más que un Cobertizo Decorado que se escuda en la decoración y los símbolos añadidos para ejercer su función denotativa.

A partir de ahí (“decoration is cheaper”) el discurso del texto abunda en la búsqueda de los antecedentes cultos del llamado cobertizo decorado, desde el Palazzo renacentista (“the decorated shed par excellence”) hasta la “típica en todo tiempo y lugar” ornamentación de las superestructuras utilitarias, como fueron las murallas medievales. Para los autores de Learning…, la arquitectura moderna, que usa la articulación o el “espacio” como recurso formal, no es hoy más que “un minueto en una discoteca”. La actualidad reclama, por el contrario, “arquitecturas ordinarias” (decoradas) no “patos”.

No obstante, como acertadamente ha desvelado el crítico Aron Vinegar calificando de “melodrama” la supuesta oposición entre el Duck y el Decorated Shed, el libro de Venturi, Scott Brown y Izenour “deja abundantemente claro que muchos edificios a través de la historia deberían ser vistos como Patos tanto como Cobertizos Decorados (aunque desde luego sus simpatías están con el Cobertizo Decorado por su relevancia ahora). Da la impresión de que Pato y Cobertizo Decorado operan como términos altamente móviles, flexibles y entrelazados como en un quiasmo; y en momentos cruciales, cada uno incorpora al otro para sobrevivir”3. En este sentido, en la arquitectura moderna, la “exageración” en la articulación de las formas, en la exposición de la estructura, en la sobreexposición del detalle constructivo o en la exhibición del “espacio” no sería a la postre más que (como bien anticipaba Louis Kahn) puro ornamento.4

En una primera aproximación, parecería incontestable que el “aprendizaje” que el Strip de Las Vegas provocaba estaría lejos de ser aplicado a la interpretación de las ciudades mediterráneas históricas. Demasiada distancia, tanto física como conceptual, entre Córdoba y el estado de Nevada. Pero cada ciudad es un microcosmos donde pueden convivir, sin que nos hayamos dado cuenta, Roma con Las Vegas. No es casual que la primera frase del texto de Venturi y amigos sea tan categórica en este sentido: “Aprender del paisaje existente es una forma de ser revolucionario para un arquitecto”.

La Avenida del Brillante es una vía muy asentada en la memoria colectiva de la ciudad: 3,5 kilómetros de tráfico denso que serpentean desde los límites de la ciudad histórica hasta las estribaciones de la sierra y a cuyos márgenes se asientan las villas de mayor renta. Pero en su tramo más cercano al centro, el paisaje que la vía atraviesa es menos doméstico de lo que cabría suponer. Clínicas, oficinas, restaurantes y centros comerciales dan forma construida a sus orillas en una configuración (siempre retranqueados, dando cierto protagonismo al automóvil y exhibiendo sus rótulos sin recato) que, en cierto modo y a una escala lejana a la norteamericana, reproduce esquemas que podrían leerse en clave venturiana: patos o cobertizos decorados, pero mediterráneos.

El singular encargo de construir una farmacia en un edificio exento, ocupando un solar que probablemente seguía vacante a causa de su incómodo perímetro triangular en aguda proa, se convirtió en un tránsito por decisiones que combinaban intenciones a priori contradictorias. Siempre sin traspasar los estrictos límites normativos de la zona, el edificio debía ser a la vez abstracto y expresivo, sencillo y singular, escueto y comunicativo, barato y llamativo, con grandes letreros pero con presencia arquitectónica no contaminada por estos, un santuario en forma de proa a la vez que un contenedor neutro tras unos anuncios explícitos. El pato decorado.

Y en el interior, más allá del escenario de los estantes con los productos y de la iluminación de su escenario, no le pasará desapercibido al visitante interesado la oculta tramoya y su desnuda estructura, que hace posible la construcción del artefacto comunicativo, de aquello que “se muestra” pero a la vez “se oculta” a la calle. Pero eso es ya otra historia.5

1 No hubiera arrancado este texto en esta dirección de no ser por las certeras apreciaciones del arquitecto José Andrés Torres Martín, a que es justo agradecer la mirada que enlazó Córdoba con Las Vegas.
2 Venturi, Robert, Scott Brown, Denise. y Izenour, Steven, Learning from Las Vegas: The Forgotten Symbolism of Architectural Form. The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 1972.
3 Vinegar, Aaron, The Melodrama of Expression and Inexpression in the Duck and Decorated Shed, en Vinegar, Aron y Golec, Michael J.(eds.), Relearning from Las Vegas, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2009. Pág. 168.
4 Latour, Alessandra (ed.), Louis I. Kahn: Writings, Lectures, Interviews. Rizzoli, Nueva York, 1991. Pág. 98.
5 Vinegar, A (2009), pág. 176. “Después de todo, si el cobertizo decorado es un modelo de un desconocimiento velado, su forma de iluminar este desconocimiento tiene que ver seguramente con la superficie y la exposición, no con la profundidad y la interioridad. (…) Se trataría de la búsqueda de un cierto tipo de expresividad que ya no expresa una profundidad interior, sino que más bien expone sus condiciones de mediación en el acto de manifestarse a sí misma”.

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