La arquitectura del oráculo

Torneo3

Comparten frecuentemente los centros de salud y los hospitales la categoría de “arquitectura de la salud”. No obstante, cobijan estos dos tipos de edificio actividades que, aun relacionándose con disciplina de la sanación, representan dos formas diferentes de tratar la salud humana.

El hospital es el arquetipo de edificio “que sana”, que recibe a sus pacientes y los acoge con la expectativa que la misma puerta que atravesaron enfermos los vea salir saludables, en mejor estado o al menos con la certeza de encontrarse ya en el camino de la curación. No resulta muy original a estas alturas resaltar cuanto del arquetipo del sanatorio, específicamente del sanatorio antituberculoso, hay en el canon formal de la arquitectura denominada moderna. A partir del análisis del sanatorio Zonestraal, de Joannes Duiker, Peter Blundell Jones localiza en la metáfora del edificio como mecanismo de captación de la luz del sol y de la ventilación el origen de estética de máquinas blancas acristaladas propia del movimiento moderno1. Beatriz Colomina llega aún más lejos, queriendo encontrar en el impacto causado por las radiografías (el más venerado instrumento de diagnóstico de la época) la querencia moderna por los edificios transparentes, aquellos que muestran sus esqueletos. No sería, por tanto, casual que la perspectiva con la que el joven Mies van der Rohe presentó su Rascacielos de Cristal en 1922 mostrara el edificio como “visto a través de una máquina de rayos X”. Para Colomina, “El nacimiento de la tecnología de los rayos X y de la arquitectura moderna coinciden”2.

La curación de la tuberculosis, antes de que en 1944 el empleo de la estreptomicina se demostrara eficaz, se confiaba a estancias en sanatorios en los que el sol, el aire libre o la altura se consideraban agentes ciertos de curación. La evidencia científica de tal convencimiento no dejó de ser nunca dudosa, y los ingresos en los sanatorios llevaban consigo algo de peregrinación, alentada por la fe en unas instituciones que la literatura se encargó en bautizar como “montañas mágicas”. Santuarios, en suma. No estaban tal vez más cerca de la curación los protagonistas de la novela de Thomas Mann de lo que lo estaban los griegos que visitaban Epidauro para ponerse en manos de los sacerdotes del santuario de Asclepio. Unos peregrinos que, también alentados por la confianza mítica en una terapia de innumerables adeptos, no dudaban en alojarse también en residencias colectivas bien ventiladas e iluminadas, eso sí, en este caso rodeados de serpientes sagradas y confiando su diagnóstico a la interpretación de los sueños3.

Los centros de salud, sin embargo, cubren otra necesidad. Si en Epidauro nos encontramos con el hospital arcaico, con sus casas de sanación, es en Delfos donde la experiencia del visitante se podría considerarse un antecedente de la de los centros de salud. El peregrino no se curaba allí. Sólo acudía a formular una pregunta sobre su futuro. Y en esa trayectoria atravesaba un camino iniciático que lo llevaba a abandonar por un tiempo el mundo cotidiano, en lo posible dejando lejos sus vínculos con éste. No por casualidad estaba prohibido cultivar la llanura que se extiende delante del monte Parnaso, la que hay que atravesar para llegar a las faldas de la sagrada ladera4. Todavía hoy, el denso olivar que la ocupa tiene algo de onírico bosque iniciático.

Para eso se visita un centro de salud. Para consultar un oráculo, con la misma inquietud y ansiedad que la del peregrino de la Grecia clásica, y algunas veces encontrando respuestas igualmente ambiguas que las de la pitonisa délfica. Respuestas que el paciente halla no en la transparencia de los rayos X (más bien opacos para el profano), sino en la sabiduría y la inspiración del especialista, que tanto costaron adquirir. El hospital de Asclepio en Epidauro o el templo de Apolo en Delfos ilustran los dos arquetipos con los que podemos habitar el trascendente pero frágil universo de la salud humana. Un universo que, en el mundo griego por cierto, no se alojaba en entornos aislados sino formando parte de complejos en los que con la propia práctica de la sanación o la predicción convivían la política, las artes o los juegos. Los templos junto a los estadios y los jardines. Los sanatorios junto a los teatros…

Tal vez fuera la especial condición del solar que nos fue dado para el Centro de Salud en Gibraleón (Huelva), con el borde de la ciudad a su espalda, un museo en uno de sus lados y encaramado sobre un teatro al aire libre de granito la que nos hizo imaginarlo como un improbable heredero de la tradición clásica de los santuarios oraculares. El itinerario más probable hacia el centro de salud se encuentra en primer lugar con la fachada trasera del edificio, intencionadamente hermética, y continúa dejando primero de lado el museo, para seguir bajo el cobijo de una cubierta que hace al viandante doblar (literalmente) una esquina y lo encamina, al amparo de esta protección, hacia una entrada que no es propiamente la del edificio sino la de un pequeño claustro ajardinado previo. Nos imaginábamos que así se había generado de alguna manera una secuencia de progresivo abandono de la realidad urbana, a modo de preparación del ánimo para la consulta.

Este tránsito de aproximación, una vez realizado el ingreso al edificio propiamente dicho, continúa tras pasar por el mostrador de información volviendo casi sobre los propios pasos, pero ya en el interior, y localizando en alguna de las plantas la zona de espera correspondiente. Las salas de espera se iluminan y ventilan con un conjunto de patios arbolados, confinados y abstractos, tratados del manera más escueta y serena posible, si es que a tal cosa puede aspirar un espacio arquitectónico.

Los contornos del centro de salud de Gibraleón y sus recorridos interiores dan cuerpo a la experiencia de un tránsito que enlaza la actividad urbana con el tiempo detenido de la consulta. En palabras de Simon Unwin: “Las transiciones en arquitectura se han usado a menudo como metáforas para las interfaces entre diferentes mundos: entre lo público y lo privado; entre lo sagrado y lo secular; entre la realidad y la fantasía; entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Las transiciones y las jerarquías se usan en relación con las ceremonias. Las ceremonias de iniciación o de partida a menudo tienen lugar a lo largo de rutas que se identifican arquitectónicamente”5.

Los centros de salud no curan: construyen el escenario donde tiene lugar el acto de comunicación de la verdad trascendente de la salud, y, si es posible, preparan para ello, en un progresivo distanciamiento mental de la actividad contingente diaria, improbable escenario de las grandes decisiones vitales. Nos gustaría pensar que no está tan sumamente lejos Gibraleón de Delfos; ni de sus oráculos y sus teatros.

1 Blundell Jones, Peter. Modern Architecture Through Case Studies. Architectural Press, Oxford, 2002.
2 Colomina, Beatriz. X-ray Architecture: Illness as Metaphor. Positions, No. 0. University of Minnesota Press, 2008.
3 Caton, Richard. The Temples and Rituals of Asklepios at Epidauros and Athens. BoD Books, 2002.
4 Scott, Michael. Delfos. Historia del centro del mundo antiguo. Editorial Planeta, Barcelona, 2015.
5 Unwin, Simon. Analysing Architecture. Routledge, Londres, 2009. Pag. 213.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>

Protected by WP Anti Spam