Cultivated vistas

Torneo3Hay una percepción generalmente asumida respecto a la posición del vidrio en la cultura arquitectónica del siglo XX que sitúa el despegue de su producción masiva en la base del imaginario moderno.

Se ha escrito con profusión sobre la herencia del modelo edificatorio que la casa Farnsworth de Mies van der Rohe proponía. La asequibilidad del cristal en grandes paños que se generaliza en el primer tercio del siglo XX hizo que la posibilidad de que las viviendas se configuraran como productoras de inmejorables e ininterrumpidas “vistas” generase la sobrevaloración de la caja de cristal y la disolución del interior doméstico convencional a manos del paisaje expuesto, en lo que algunos autores han denominado la “mitología de la belleza del exterior”1.

Un modelo que en ningún lugar quedó mejor anticipado que en los fotomontajes del arquitecto alemán para la casa Resor (su primer encargo americano), donde la vivienda se muestra como un panorama extendido, sólo regulado por un vestigio de su estructura. Una opción que para Mies estaría en “la base de todo diseño artístico” ya que “podemos ver los nuevos principios estructurales de la forma más clara cuando usamos vidrio en lugar de paredes exteriores “. El antiguo diseñador de exposiciones para el gremio germano de fabricantes de vidrio había prestado su mejor servicio: proponer como aspiración máxima de la vivienda moderna la desmaterialización de sus cerramientos, sustituidos por la nada visual del vidrio transparente y la promesa de un paisaje bello por defecto.

En su primer libro publicado en Estados Unidos, dirigido expresamente a compradores de vivienda, Richard Neutra multiplica la puesta en valor (casi como principal objetivo del diseño residencial) de las “vistas extensas”, “vistas completas”, “vistas ininterrumpidas”, “vistas panorámicas”, “vistas lejanas” o los “miradores agradables”.

La consecuencia de esta apetencia, si se aplica no ya a la vivienda aislada en el territorio natural sino a la que se inserta en el tejido urbano, no habría de ser otra que la de trasladar el paisaje ahora inaccesible al entorno inmediato del paño de cristal: un paisaje por fuerza artificial, que llevaría el foco de atención a las “cultivated vistas” (en el término de S. Isenstadt). Las de una casa con jardín para el disfrute privado, una vivienda poseedora de su propio entorno natural, de su “hortus conclusus”.

En el proyecto de vivienda unifamiliar en la Avenida de la Libertad de Dos Hermanas esta estrategia se utiliza de forma explícita y generalizada. Un programa de usos de gran dimensión en una parcela asimismo excepcionalmente extensa se despliega en forma de pabellones casi autosuficientes a largo de un eje longitudinal. Estos pabellones abren completamente sus cerramientos al jardín privado, o más bien a los jardines, ya que en cada uno de ellos el tratamiento de la vegetación perceptible desde el interior es singularizado. La propia condición urbanística de este sector (un conjunto de grandes parcelas en el límite urbano con protección explícita de las especies vegetales de gran porte en buen estado que pudieran aun conservarse) impulsaba este punto de partida.

No obstante, una mirada más abierta a nuestra historia mediterránea más lejana puede encontrar en latitudes más próximas que la norteamericana el precedente de la villa con cultivated vistas. Como Nicholas Purcell ha señalado, un romano clásico, por definición, “era propietario de un hortus”. En un paisaje y un clima como el mediterráneo (tan amenazado por las sequías) allí donde se disponía de agua los cultivos se hacían intensivos y sofisticados. “En lo profundo de lo que los romanos pensaban de sí mismos, encontramos la horticultura y las parcelas donde esta tenía lugar; y su naturaleza doméstica es esencial” 2. No es difícil localizar en Pompeya, incluso en parcelas pequeñas, como la de Euxinus, la inclusión de un huerto trasero, a la vez productivo y recreativo. Plinio el Viejo se queja en su “Historia Natural” de cómo la inseguridad había obligado a muchas viviendas en la Roma del siglo primero a cerrar las ventanas que miran a sus jardines anejos.

El desarrollo natural de estos espacios ajardinados domésticos procedía de la influencia persa (vía Grecia) en las élites romanas. Al este del imperio, el tipo de jardín más extendido tenía el nombre de paradeisos: un jardín privado, bien regado, no puesto al servicio o a la producción de la comunidad, sino propiedad privada de un gran hombre, su “paraíso”. Así eran las parcelas de los grandes gobernantes de los poemas homéricos: Glauco y Sarpedon en la ribera del Janto, o Laertes en Ítaca. La imitación del jardín paradisíaco es muy temprana en la cultura griega y pronto se extendió en las élites en Roma, encontrando su acomodo en las parcelas suburbanas, de mayor extensión y a caballo entre la actividad de la ciudad y la tranquilidad del pasaje inalterado. Dedicar un terreno de ciertas dimensiones, fértil y productivo, al disfrute meramente estético sólo podría estar al alcance de patricios que aunaran gusto y riqueza.

La recreación privada de un paisaje idealizado llevó también al desarrollo del “ars topiaria” (en su traducción original, “arte del paisaje”) y a la introducción de especies exóticas, como el extendido plátano de sombra.

En nuestra cercana Itálica, que muestra en su barrio adrianeo un conjunto de villas compactadas en su trama reticular, es posible imaginar en los peristilos el espacio arbolado que añoraban los patricios. En la más extensa de ellas, la Casa de la Exedra, el misterioso espacio abierto denominado “palestra”, a la que se abren pórticos de contemplación, se ha considerado por la historiografía un lugar de ejercicios gimnásticos “a la griega” pero bien podríamos imaginarlo como una estilización del “hortus conclusus”.

Tras contemplar una vez más la distribución en planta de esta enigmática villa italicense, podríamos también considerar la vivienda de Dos Hermanas como una heterodoxa heredera de la tradición romana: un eje principal longitudinal organiza las estancias, un atrio significa en vertical el espacio vestibular, el corazón de la vivienda es un peristilo con una elaborada “fuente” central (alrededor del que se disponen las estancias principales) los jardines se pueblan de especies importadas y, como postrera coincidencia, el extremo del eje da paso a la zona de baño, a las termas domésticas, que en nuestra época no tienen otro nombre que el de spa. Un spa que, en coherencia con el conjunto, tiene como telón de fondo sus propias cultivated vistas.

1 Isenstadt, Sandy. The Modern American House. Spaciousness and Middle-Class Identity. Cambridge University Press. Nueva York, 2006. Para la autora, el incremento de su producción y la reducción de costes hizo que en los años 30 el vidrio fuera el “producto milagro” de su tiempo, asociado a la citada “mitología” de la belleza del paisaje exterior.

2 Purcell, Nicholas. The Roman Garden as a Domestic Building, en “Roman Domestic Buildings”, editado por Ian M. Barton. University of Exeter Press. Exeter, 1996.

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