El lugar del Arquitecto

Como en muchas otras disciplinas, la actividad del arquitecto tiene que encontrar su lugar para ser realmente efectiva, transformadora, útil. Lo saben los boxeadores: ni muy lejos, ni demasiado cerca. La escala adecuada.

Las inercias del proceso constructivo de nuestras ciudades tienden a desplazar a la figura del arquitecto fuera de su lugar natural. Hacia arriba o hacia abajo. A veces los promotores se conforman con un profesional convertido en un mero expediente administrativo, gestor de papeles que legalicen decisiones que al final son financieras. A veces los responsables públicos lo involucran en debates estériles sobre futuribles de gran escala, sin posibilidades de materializarse concretamente o simplemente pendientes de decisiones del capital en las que el arquitecto no puede intervenir. O por abajo, a veces estos gestores públicos prefieren alquilarlo como productor de imágenes rápidas, algunas increíbles o descontextualizadas, con las que distraer a los medios.

Entre la discusión del capital o del adorno, el arquitecto puede acabar desactivado y lejos de su lugar, que no debiera ser otro que el de la ideación de los espacios habitables del tiempo que le ha tocado vivir. En nuestras ciudades queda aún mucho por decir sobre las alternativas a la vivienda adocenada, sobre la necesaria transformación del legado patrimonial o sobre materialización de los nuevos lugares públicos.

También en el entorno rural. ¿Habrá que resignarse a mover los papeles que permiten superar las licencias o existe un lugar para la reflexión acerca de cómo debe ser la renovación de los tejidos urbanos y sus espacios, sacando consecuencias de las arquitecturas y los modos de vida tradicionales y de su adaptación a nuestro tiempo, sin infantiles discusiones de fachadas? ¿Habrá que renunciar al control de las periferias rurales, paisajes agredidos por polígonos industriales para los que ningún criterio arquitectónico parece pertinente? En los centros históricos se fiscaliza el tipo de balcón mientras que a doscientos metros, en el polígono, donde gran parte de la población activa vive las mejores horas del día y donde se labra el encuentro del pueblo con la naturaleza, todo da igual.

O en las obras públicas. Entre las operaciones de prestigio mediático y su extremo opuesto, el diseño de edificios con la simple trasposición de las recetas normativas, existe espacio para la creación de la arquitectura pública adecuada, culta, útil obra de su tiempo, de su técnica y de su lugar. De nuevo no se trata de fachadas, ni de estilos. Es algo más invisible.

Los arquitectos deben labrarse su lugar. Encontrar el filón de su cantera. Hablamos de arquitectos que no hayan renunciado a su condición de tales. Capaces de liderar la cultura espacial de su ciudad. Del arquitecto como el primer usuario. Como el usuario más cultivado también. El desánimo o la saturación de la profesión no debiera excusar a los arquitectos que abandonan el ejercicio de la perfección, de la investigación, de ese servicio cultural que debería ser el proyecto y la obra.

Producir hermosas ciudades es una tarea que ha de exigir entrega a los arquitectos. Pero también la sociedad que las habita ha de exigirse el entendimiento de su arquitectura. Como el experto comprador de pintura, el usuario de arquitectura debiera ser el más exigente. Y de nuevo no es una cuestión de estilo. Apliquémonos a hacer de la arquitectura un lugar común en las conversaciones y en la educación general. Cualquiera puede identificar de memoria los distintos modelos del Volkswagen Golf desde 1975, ¿pero cuántos sevillanos tienen conciencia de las transformaciones de la arquitectura de su ciudad desde Aníbal González hasta hoy…?

Existen muchas leyendas urbanas entre los estudiantes de arquitectura. Pero recuerdo dos que tienen que ver con dos ciudades que son ejemplos de celo arquitectónico. Una excursión de estudiantes madrileños a Estocolmo tenía el encargo de su profesor de traer un recuerdo gráfico de la arquitectura que visitaran. Trajeron un billete de autobús. Un billete perfectamente compuesto, casi un cuadro de arte moderno, e impreso con extrema calidad. El comentario de los estudiantes era que si el tipógrafo de los billetes de autobús era tan culto y tan cuidadoso, imagínese la arquitectura en general.

Otra excursión de estudiantes sevillanos a Ámsterdam recibió un encargo similar. En este caso el regalo de vuelta fue un póster, que aún hoy se vende en las tiendas de souvenirs, titulado “The doors of Amsterdam”, donde se muestran ordenadamente unas cuarenta fotografías de puertas de entrada a viviendas ubicadas en la ciudad. Puertas de plantas bajas, muchas de principios de siglo, algunas expresionistas, algunas neoplasticistas, otras simplemente magníficas, pero todas elaboradas con una perfección desmesurada. Si así de vanguardistas y perfeccionistas eran los carpinteros, imagínese la arquitectura en general.

Leyendas acerca de ciudades que han sido el escenario de algunos de los episodios mas influyentes de la arquitectura moderna en nuestro siglo. Ciudades que han mimado su arquitectura desde siempre. Sociedades civiles muy desarrolladas con un alto nivel en su cultura del habitar. Vanguardistas siempre. Cultas, exigentes con sus arquitectos. Dispuestas a ofrecerles su lugar adecuado. El lugar del arquitecto.

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