La normativa y el gato de Montaigne

The normative and the Cat of Montaigne

San Jeronimo 1b

“Cuándo juego con mi gata, ¿cómo sé que no está jugando conmigo?”. En su Apología de Raimundo Sebond, Michel de Montaigne introduce esta intrigante frase en medio de una larga disquisición sobre la razón y la fe. La pregunta resume la permanente convicción de Montaigne de que es imposible sondear la vida interior de los otros, sean gatos u otros seres humanos. Es saludable dejarse “jugar”, a la espera de que una actitud abierta expanda nuestro universo cognoscitivo.

Nuestra educación como arquitectos está trufada de narrativa acerca del poder creativo del individuo obstinado y seguro, a la manera del Gary Cooper de El Manantial o del Rem Koolhaas de “fuck context”, pero la realidad del diseño arquitectónico, desde al boceto a la recepción de obra, se parece más a una malla de chispazos provocados por encuentros entre muchas personas que a la senda que marca un infatigable artista mirando hacia adelante. En cada uno de esos encuentros hay diferentes formas de diálogo, de entre las que el arquitecto destila una salida, que luego lleva a otro punto de la malla, otro diálogo y así sucesivamente. En esos encuentros, siguiendo la clasificación de Richard Sennet, la actitud puede ser dialéctica o dialógica..

Sería dialéctica cuando los que se encuentran y exponen sus argumentos, no coincidentes, tienen a resolver las cuestiones encontrando un suelo común, una especie de intersección de conjuntos diferentes. Será dialógica (término acuñado por el crítico literario Mikhail Bakhtin), cuando esa discusión no se resuelve encontrando un sustrato común. Lo importante no es encontrar argumentos compartidos sino que, durante el proceso de intercambio, los que se encuentran pueden llegar a ser más conscientes de los puntos de vista de los otros y expandir la comprensión mutua.

Uno de los nodos más intensos de las malla de encuentros que se producen en el proceso del proyecto se encuentra cuando el diseño se expone a las condiciones de la “normativa” urbanística. La actitud más habitual es considerar a esta normativa como un obstáculo más que el proyecto tiene que salvar, como si el redactor de esas normas estuviera en otro bando dialéctico, con fines diferentes a los del noble diseño que el proyecto va gestando. Los diálogos en las mesas de las Gerencias de urbanismos serían los de opuestos que se sienten a uno y otro lado de esas mesas, y, que, acaban estableciendo un marco común de acuerdo. La mayor parte de las veces el resultado es un modelo de dialéctica: cada una de las partes ha establecido sus premisas irrenunciables y se acaba encontrando el marco común. Pero cuando la conversación finaliza, ninguna visión ha cambiado.

Pero hay ocasiones donde la fortuna hace germinar procesos dialógicos en esos encuentros. Son las ocasiones en las que, más que a convencer, nos acercamos al legislador o al supervisor con cierta apertura, no buscando conclusiones inmediatas, ni siquiera dando por seguras nuestras convicciones, esperando que el diálogo expanda la percepción, confiando que en el otro lado largo de la mesa se esté gestando una actitud similar.

En las primaras fases del diseño de la obra de 68 viviendas y locales comerciales en el barrio de San Jerónimo de Sevilla pudimos tratar con intérpretes de la normativa municipal en actitud que ahora calificaríamos de dialógica. El Plan Parcial era estricto en sus determinaciones. No obstante, no hacía falta ahondar mucho para localizar ciertas contradicciones. Se apelaba, por ejemplo, a búsqueda de transparencias en los patios interiores de manzana y, si se llevaba la normativa al extremo, era lícito generar salientes en las fachadas interiores que arruinaran ese objetivo de continuidad espacial. En la Gerencia de Urbanismo, la arquitecta responsable de licencias, un ejemplo de actitud dialógica nos ayudó a plantear el problema como una reducción al absurdo, a plantear la pregunta correcta: si respetamos estrictamente la normativa, podemos arruinar su espíritu, ¿qué tal si, a costa de una pequeña licencia – asumir que las fachadas interiores del patio pueden encontrarse en el núcleo de escaleras – ofrecemos un tipo de espacio no estrictamente “normativo” (núcleos de escalera transparentes pero interpuestos en los patios) pero coherente con la idea general del plan. A cambio, nuestro proyecto ganaba en compacidad, en relaciones entre las viviendas y en mayor generosidad y riqueza de sus espacios comunitarios intermedios.

De dialógico también podrí­amos calificar el resultado del Centro de Salud Lucano de Córdoba, donde el inteligente Plan Especial de Protección del Centro histórico que redactó Paco Daroca era toda una invitación a las heterodoxias, si la relación con los responsables de la Gerencia de Urbanismo encontraba el clima adecuado, como así fue. Sólo así fue posible una planta baja totalmente diáfana que generó un fluido suceso urbano que realmente invita al transeúnte o el tratamiento de las fachadas de los patios interiores, una interpretación libre y en pizzicato del hueco vertical y de la proporción hueco-macizo que exigían las ordenanzas.

¿Quién jugaba con quien en esas amables conversaciones normativas? En la distancia del tiempo, da igual saberlo, tal vez Montaigne se lo preguntaría. Ahora sólo queda la certeza de que, sólo a través de determinados encuentros y actitudes, la percepción de las cosas cambia. Para todos.

 

¹ Sennet, Richard, Together. The Rituals, Pleasures and Politics of Cooperation, Yale University Press, 2012

² Bakhtin citaba como ejemplos de conversaciones dialógicas las que se producí­an en El Quijote.

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