La arquitectura no es el “magnífico juego de volúmenes bajo el sol” que pregonaba Le Corbusier, quizás deslumbrado por los escenarios que se avistaban desde su paquebote en sus periplos mediterráneos. Cuando el observador externo se recrea en la contemplación de esos volúmenes no está habitando la arquitectura, tal vez sólo aspira a poseerla. Y es que lo sustancial es lo que esos volúmenes cobijan, su razón de ser: las sombras que en su interior se generan.
Otro Le Corbusier más oscuro podría proclamar que la arquitectura es el juego sabio de los artefactos de sombra contra el sol. La sombra es el producto más probable y genuino de cualquier acto arquitectónico. Una vez constituida, es la sombra la que, a través de la arquitectura, invita a la luz, tratada como su huésped en los interiores habitables.
¿Sera ese huésped hoy un invitado discreto, suave, que acompaña una conversación íntima? ¿Se comportará como un visitante alegre en la mañana del desayuno sabatino? ¿Se deslizará como un ladrón por las paredes y se quedará firme, silencioso, pegado a ellas? ¿Entrará a hurtadillas, intenso pero delgado entre las rendijas de una persiana mallorquina, para acariciar unos cuerpos amantes? ¿Se desplomará como un disparo frío sobre las páginas de un libro? ¿Saqueará la habitación como un batallón desbocado, a través de una pared completamente acristalada? ¿Llegará a los patios taladrando el contorno de las hojas de una parra? ¹
Es la sombra la que se instaló primero junto con la arquitectura, definiendo como son los ámbitos desde los cuales invitar al sol, que hasta entonces bañaba displicente las estepas, las playas y los trigales, pero que ahora tiene que llamar a las puertas, golpear los tejados o espiar por las ventanas.
Louis Kahn gustaba de citar al poeta Wallace Stevens cuando describía la operación de abrir huecos en las fachadas como la apropiación de “rodajas de sol” (“What slice of sun does your building have?”) . Una arquitectura que se afirmaba desde dentro hacia afuera y no al revés. El constructor de la sombra habitable delimita fisuras en sus bordes, mediante las cuales se apropia de rodajas de luz que proceden de una brillante masa informe que está ahí afuera y que necesita de manos artesanas que la seccionen, la tamicen, la hagan rebotar hasta que se ablande, la destilen o la hagan llover en forma de hilos dorados.
El artista James Turrell ha construido su trayectoria a partir de la expresión de la “cosicidad de la luz”, proponiendo “espacios que capturan la luz y la guardan para que puedas sentirla físicamente”. En una reflexión que remite al “elogio de la sombra”, afirma que “no estamos hechos para tanta luz, estamos hechos para el crepúsculo. Lo que quiero decir es que nuestra pupila sólo se dilata cuando se alcanzan unas intensidades muy bajas de luz. Cuando por fin se dilata, empezamos a sentir la luz realmente, casi como si la tocáramos”
La vivienda unifamiliar en la calle Carmelo Torres de Jaén se muestra a la calle como un prisma opaco de mármol travertino donde destacan dos cortes, dos rodajas vacías, una en el lucernario y otra, perpendicular, en la ventana de planta primera. Se trata de una edificación donde la mayor parte de la superficie habitable se ubica bajo rasante. Hay dos plantas de sótano que ocupan toda la superficie de la parcela (la más superficial con habitaciones y la más profunda con aparcamiento). Hay dos plantas sobre rasante que definen un cubo casi exento, separado de la calle, de forma que se libera un espacio al sureste para la piscina y el jardín.
Ese volumen de sombra de cuatro plantas va invitando a la luz giennense desde diferentes tipos de oquedades. El patio trasero, que se contamina de la curva del recorrido del coche, derrama una claridad difusa sobre el garaje situado a cota -2. En la rendija que acompaña a la escalera lineal, y que se culmina con el lucernario prismático, la luz directa del sur es invitada a recorrer los peldaños de madera, desde la azotea al sótano. El patio inglés junto a la piscina exterior es la antesala de la iluminación indirecta de los espacios del primer sótano, y al mismo tiempo baña la piscina climatizada interior y la esquina del garaje. La doble altura sobre el salón pone en relación los reflejos del agua del jardín y la luz que baja por la escalera.
En el centro de Jaén la luz del sol es una presencia pesada y densa durante muchos días del año. Las edificaciones modulan sus volúmenes de sombra y luego negocian cómo invitar a la luz del sol, dando forma a las rodajas de luz, a los filtros o a las barreras. Las formas construidas no juegan bajo esa luz, sólo aspiran a destilarla en sus alambiques y sus artilugios. Están concebidas para domesticarla.
¹ Nadie como el poeta Wallace Stevens para describir la contundencia de los haces de luz que visitan de esa manera un patio: Not all the knives of the lamp-post, / Nor the chisels of the long streets, / Not the mallets of the domes / and the high towers, / can carve / What one star can carve, / Shining through the grape-leaves. The Auroras of Autumm, 1954.
² Y seguía con metáforas del mismo tipo: ” El sol nunca supo cuán grande era hasta que golpeó el costado de un edificio”