A caballo de otro cambio de siglo, Edwin L. Lutyens diseñó refinadas casas de campo para empresarios, comerciantes e intelectuales ingleses. Repasando las plantas y las fotografías en blanco y negro del magnífico “Houses and Gardens by E. L. Lutyens”, editado por primera vez en 1913, llama la atención la combinación de aire clásico, recursos vernáculos e ingenio distributivo que las obras traslucen. Hay algo muy actual, o debiera decir intemporal, en la forma cómo los esquemas previos se manipulan, o se traicionan, para adaptarse a un programa o a un paisaje; cómo en una cáscara clásica se empaqueta un imbricado mecanismo de circulaciones que pone patas arriba las expectativas que genera la volumetría; cómo, de forma sutil, el objeto-casa expande sus limites en la arquitectura del jardín, en operaciones extremadamente sensibles a la orientación y la topografía. Mientras Frank Lloyd Wright, su exacto coetáneo, se prepara para romper la caja a base de abstraer los componentes arquitectónicos arquetípicos, Lutyens lleva a su últimos desarrollos el diálogo entre lo vernáculo y lo clásico, entre Palladio y el cottage inglés, entre el esquema racional de usos y circulaciones y el conjunto que integran el carácter, la memoria y los materiales de la villa inglesa soñada, llenando sus obras de paradojas sorprendentes y secuencias memorables.
Tal vez estemos demasiado acostumbrados a evaluar los productos arquitectónicos en función de su coherencia como objetos, herederos como somos de una cultura visual que los congela en fotografías y de una manera de aproximarnos mentalmente a ellos que los prima si se explican por un sencillo concepto inicial o una metáfora. Desconfiamos de las descoyunturas, los acoples, los añadidos, de las plantas desequilibradas o desmembradas, sin entretenernos a considerar qué puede haber de bueno en una arquitectura que, en vez de presentarse, acompaña o cobija al que la habita con elementos que contradicen un trazado canónico. Mientras mira de reojo a la arquitectura vernácula, Lutyiens ofrece un repertorio de piezas mediante las cuales la casa-caja despliega gentilmente sus brazos para recibir al visitante, para cobijar un jardín o para crear habitaciones exteriores anexas que no compiten con la rotundidad de una mansión que sigue ofreciendo su imagen representativa. Una arquitectura llena de wings, de alas construidas, no necesariamente proporcionadas o coherentes con el cuerpo principal, pero que hacen majestuosamente habitables los espacios exteriores o intermedios.
En nuestro proyecto para el Teatro Municipal de Arahal, la estrategia de diseño partió de desplegar un ala. El programa de usos de un teatro suele envolverse en volumetrías contundentes y no faltaban razones para responder de esa forma a la zona periférica de Arahal donde se implantaba el proyecto, presidida por las Antiguas naves de Hytasa, grandes prismas blancos frente al olivar. Pero el visitante necesitaba cobijo allí donde la ciudad está diluida. En una parcela sin límites claros, el envoltorio de la sala principal necesitaba desplegar un brazo para dar límite a una nueva plaza. El cerramiento unitario que lo envuelve todo, un muro blanco continuo que se pliega sobre el vestíbulo, la sala y su torre, no hace más que tratar de unificar en un gesto esta yuxtaposición de gestos dispares.
En el proyecto para el Mercado de Marisco de Río Hato (Panamá), se insiste en el mismo recurso. Se requería de una instalación junto a la carretera Interamericana, en una parcela sin ninguna referencia urbana, donde la única preexistencia son los cercanos restos de la pista de aterrizaje de la base Río Hato, ya sin ejército norteamericano. El volumen de la sala del mercado no hubiera bastado para recibir al viajero, ni siquiera para hacerle alguna señal en su fugaz tránsito por la autovía. Era necesario construir otro ala, un añadido de reducida escala al cuerpo principal, para cobijar la plaza de acceso. En ese añadido encontraron fácil acomodo el restaurante, la tienda de productos locales y una pequeña sucursal bancaria. Quedó para el final añadir sobre el extremo del brazo una banderilla de aviso, una llamada al distraído conductor, en forma del prisma anunciador que el Gobierno panameño terminó construyendo con tela tensada. El Mercado de Marisco se edificó con los escasos medios presupuestarios y constructivos que permitía la economía local, y a nuestra sensibilidad le hubiera encajado (sólo al principio) una mayor coherencia, una mayor limpieza o abstracción, una mayor sofisticación en los detalles. Pero cuando, cada mañana, la sala de minoristas se llena de la actividad de los visitantes que han aparcado en la plaza de acceso, todas esas cuestiones pasan a segundo plano. El gesto de acogida ya está construido.