Haciendo un repaso a cómo surgieron en el estudio algunas obras ya antiguas, es fácil advertir un claro interés en encontrar la coherencia entre el sistema estructural y la forma final. La vivienda unifamiliar en Los Yesos (Granada) es un buen ejemplo de ello. Casi siempre la hemos presentado adjuntado una fotografía de su delgada estructura metálica organizada en seis pórticos que salvan la luz del espacio inferior gracias a los perfiles inferiores IPN 400 los cuales se muestran sin revestimiento. Los pórticos incluyen algunos artificios para minimizar las secciones, como el tirante diagonal intermedio, que reduce las flechas de las vigas inferiores, a modo de pequeño puente colgante. La vivienda, su composición en tramos y la forma en que la estructura se enseña, es deudora de esa voluntad de hacer corresponder el aspecto exterior con las características de su sistema portante. Las restricciones económicas impidieron llevar a cabo completamente el proyecto de ejecución inicial, resuelto con cerramientos en seco, casi como un mueble, a base de tableros fenólicos y fachadas sandwich cuya modulación quedó después como recuerdo en el despiece del monocapa finalmente ejecutado.
S. Eiler Rasmussen, en “Experiencing Architecture” ha denominado esta actitud como “concepción gótica”, aquella que entiende la arquitectura como lo hace el carpintero: como un arte estructural. Gótico era también el sustrato del teórico que llevó el término “estructura” a la arquitectura, a través de los escritos de Viollet-le-Duc, analista de los sistemas constructivos medievales, que terminaron llevándolo a afirmar que “de hecho, toda la arquitectura procede de la estructura, y la primera condición a la que debiera aspirar es hacer la forma exterior de acuerdo con la estructura”. Su contraparte conceptual de finales del siglo XIX, Gottfried Semper, concedía mínima importancia a la estructura, y la consideraba totalmente secundaria frente al primer cometido de la arquitectura, contener el espacio, al modo de los tejidos que conforman las paredes de las tiendas primitivas. Gran parte de la arquitectura moderna podría leerse asignando sus ejemplos a una de estas dos interpretaciones antitéticas. Esqueletos frente a pieles; sistemas estructurales expuestos frente a cajas negras; Mies van de Rohe vs. Adolf Loos; Foster vs. Herzog&De Meuron… Percheros contra Maletas.
Ahora estamos muy familiarizados en el término estructura como denominador del sistema portante, pero se trata de una palabra que no desembarcó en la arquitectura hasta que la incluyó Viollet le Duc con esta acepción. Antes tenía significados más generales, y solía referirse a la descripción de los sistemas biológicos, dando nombre a la relación coherente entre el todo y las partes de estos sistemas. No deja de persistir algo de la metáfora zoológica cuando intentamos que, en los edificios, los sistemas (estructura, instalaciones, etc.) estén tan coordinados y sean tan correspondientes como los mecanismos que hacen posible la vida del organismo animal. La metáfora lingüística del siglo veinte ha añadido más idealismo a la intención: queremos que en las partes del edificio se comporten como un lenguaje cerrado, con sus términos en su posición exacta, que reflejen un todo coherente y legible sin ambigüedades. Luego la realidad hace de la arquitectura una entidad más difusa, llena de artificios y simulaciones, inevitables para responder a un paisaje complejo de problemas que afrontar.
Pero, muchas veces, no dejamos de identificarnos con el viejo Mies van der Rohe, cuando encontraba la verdad de los edificios en su estructura en construcción: sólo en este momento, “en construcción, se revelan los audaces pensamientos constructivos, y entonces la impresión del alto alcance de los esqueletos es abrumador. Luego, cuando se levantan las paredes, esta impresión se destruye completamente…”