En esta imagen se despliegan los niños del cuadro “Juegos infantiles” de Peter Bruegel bajo las velas del espacio de nuestro proyecto para la Plaza de la Encarnación de Sevilla. Allí, en un vacío que la historia y sus indeterminaciones había acabado legando a la ciudad proponíamos una operación de conservación de esta “reserva natural”. No tocar. No llenar. Aprovechar la ocasión y custodiar este lugar regalado que queda sin intervenir, crudo, en bruto, y en el corazón del centro histórico. Nuestra propuesta arquitectónica eludía la inserción de nuevos objetos y se concentraba en crear ese interior urbano, ese salón tridimensional, casi descampado, al que resguardar del soleamiento excesivo en verano, al que calentar en invierno, al que dotar de instalaciones que permitieran enchufar distintas actividades cambiantes La arquitectura sería lo más ligera que la tecnología permitiera. Velas solidificadas de GRC y soportes periféricos en racimo, de esbeltos fustes, conformarían los límites del vacío urbano preservado y disponible. Un vacío donde la arquitectura quiere disolverse, para invitar al movimiento de las personas en libre actividad. Como los niños en el cuadro de Bruegel.
¿Qué condiciones debiera ofrecer un espacio urbano de estas dimensiones para ser soporte de un espectáculo como el que registra en su pintura Bruegel, “fieramente y con humor[1]“, en palabras del poeta William Carlos Williams? En el cuadro, nos llama la atención el soporte salvaje de esa especie de plaza, calle o campo donde los niños se entregan al muestrario de juegos. No hay aceras, ni pavimentos – podría ser terreno natural – no hay indicaciones de la materia que lo constituye; es amarillo arcilloso pero también azul o verde. Puede ser blando o duro ¿Qué tipo de proyecto urbano permitiría esta ambigüedad?
En 1965, el urbanista Kevin Lynch publicó³ el texto “La ciudad como medio ambiente”, donde proponía estrategias para combatir las que califica como cuatro desventajas de la ciudad moderna: la tensión perceptiva, la carencia de identidad visual, la ilegibilidad y, finalmente, su “rigidez, su falta de sinceridad y de franqueza”. Para ésta última de las desventajas, Lynch hace una propuesta sorprendente y a su modo libertaria. Reivindica para las ciudades modernas la existencia de reservas de espacios que “no tienen que ser agradables ni bellos” pero que deben ser accesibles y abiertos, incitantes e intrigantes, y responder al esfuerzo humano que los interroga. Se trataría de un marco físico flexible, “en el que puedan hallarse oportunidades de aislamiento y de riesgo, así como cierto matiz de ambigüedad y prodigalidad”. Entre el abanico de lugares candidatos a ofrecerse con esta cualidad figuran, entre otros, los callejones recoletos, los edificios deshabitados, los vertederos de basuras, los huertos y hasta las obras en construcción o los solares vacíos, con o sin chatarra.
En el fondo y sin decirlo, Lynch no hace más que un inventario de lugares ideales para colmar el imaginario aventurero de los niños y sus juegos, Ámbitos físicos capaces de estimular la imaginación, la interacción y el misterio. ¿Cómo sería la planificación de esos lugares? Tal vez la mirada del arquitecto tendría que descubrir las potencialidades ocultas de los espacios urbanos abandonados o a medio hacer. Se abrirían la posibilidad de inventar especies insólitas de plazas, calles o bulevares sin acabar… Vírgenes, difusos, sin forma definida, descampados. Ninguna Norma ni Plan recoge hoy día esta modalidad de lugar público, ambiguo, desreglado y sin terminar. Pero, cuando las ciudades, en una forma u otra, acaben ocupando la tierra, tendremos que diseñar la forma en que dejamos respirar con estos biotopos sin reglas y sin destino claro.
Y, por supuesto, sin tiendas ni comercio, esas ocupaciones de adultos.
[1]“Los desesperados juguetes / de los niños / su / imaginación equilibrio / y piedras / que han de ser / encontradas / por todas partes / y juegos para hacer / caer al otro / con los ojos vendados / o echar mano de un / peso / bamboleante / con el cual / al azar / golpear las / cabezas acerca / de ellos / Bruegel lo vio todo / y con su humor / feroz fielmente / lo registró.” Juegos infantiles (fragmento), en William Carlos Williams “Cuadros de Brueghel”. Lumen, Barcelona, 2007.