Se suele citar a Edward Robert Robson (1836-1917) como el autor del primer tratado exhaustivo de diseño de arquitectura docente, “School Architecture”, editado en 1872. Designado para dirigir todo el proceso de construcción de nuevas escuelas londinenses amparadas en la Ley de Educación Elemental, que hacía obligatoria la educación de los niños entre 6 y 11 años, Robson toma una decisión singular para su primer año en el cargo: programa una serie de viajes por Estados Unidos, Suiza, Alemania, Austria, Francia, Bélgica y Holanda “en busca de la mejor escuela”. Luego, en su tratado aparecerán reseñados críticamente los ejemplos visitados en esos países.
Robson documenta con admiración los Gymnasii prusianos, como modelo de escuela eficiente, atendida con muchos más profesores por alumno que sus equivalentes ingleses (donde había que contar con discípulos aventajados no profesionales para colaborar en el día a día de la docencia). Lo que nos sorprende en la actualidad al contemplar las plantas de los Gymnasii que aparecen en el tratado es advertir cuánta similitud presentan con las plantas de los colegios e institutos que, amparados en los ineludibles criterios de eficiencia y economía, proyectamos en la actualidad (preferentemente series compactas de aulas moduladas a lo largo de galerías bilaterales).
Sin embargo, ya hace tiempo que sobre nuestra conciencia teórica se han depositado aportaciones como las de Howard Gardner y sus “múltiples inteligencias” o las de Ken Robinson, elocuente acerca del papel del cuerpo y de la expresión artística en el desarrollo de la inteligencia. Sin embargo, el omnipresente criterio de eficiencia material nos aboca a primar el esquema compuesto de aulas magistrales (diseñadas para que los alumnos se sienten en la clase regularmente dispuestos frente al profesor) que se enlazan por pasillos que únicamente sirven para circular.
¿Dónde están los sitios adecuados para ejercitar la inteligencia corporal, la inteligencia espacial, la inteligencia ecológica o la inteligencia interpersonal? Algunos autores han reclamado la necesidad de otros tipos de lugares dentro de la institución escolar, e incluso los han nombrado (“espacio de actuaciones”, “fuego de campamento”, “espacio cueva”, “espacio caja negra”, etc.) Los proyectos docentes de Herman Herzberger han trasladado a los colegios sus teorías sobre los ámbitos “in-between“, diluyendo los límites físicos de las aulas y haciendo desaparecer los espacios que únicamente sirvan para circular.
En nuestras latitudes, es difícil combatir la necesidad de rentabilizar las inversiones docentes y generar espacios “de sobra” para dar cobijo a otras formas de aprender, dado lo codificado de los tipos de colegios e institutos que se solicitan, pero, a veces las condiciones particulares del caso hacen aflorar “extras” inesperados. Nuestro proyecto de Reforma y Ampliación del Instituto “Inca Garcilaso” de Montilla tenía que resolver una extensa modificación del antiguo centro sin interrumpir la docencia y añadiendo un extenso nuevo cuerpo construido que respetara la estructura básica del recinto. El encuentro entre el prisma existente y el nuevo injerto, también prismático y perpendicular a aquél, generaba un nuevo centro físico y conceptual del conjunto: un vacío de tres plantas, el nuevo atrio, que permitía una fácil orientación en un edificio antaño confuso y oscuro. Asomadas al atrio, el presupuesto permitió generar unas amplias plataformas “sin uso” bien iluminadas por los ventanales al patio de juegos. Posteriormente, bastó con forrar de paneles de corcho blanco las paredes de estas plataformas para que éstas no tardaran en ser soporte de otras actividades, algunas regladas y otras espontáneas, de los alumnos. Y ese atrio nos reservaba una sorpresa: el día de la recepción oficial de la obra, los alumnos lo habían tomado y transformado en una suerte de corral de comedias, donde se sucedían las actuaciones que celebraban el día de la tierra: un violinista tocaba, unos elfos bailaban… Ese mismo día descubrimos que el espacio proyectado para el bar en el proyecto se utilizaba regularmente para vender e intercambiar libros de ocasión.
¿No estará el aprendizaje, más veces de las que imaginamos, fuera del aula convencional, en otro sitio, en los márgenes de lo inicialmente previsto?