El edificio que no quería estar ahí

Torneo3El campus de la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York, alberga en su recinto originario uno de los “Art Quads” (cuadriláteros centrales) más valorados del país. Sobre una colina que domina el extraordinario paisaje de los Finger Lakes, un conjunto de aularios exentos de finales del siglo XIX circunda un rectángulo de hierba, de árboles centenarios y de paseos en diagonal. Entre sus intersticios se filtran las vistas de los lagos, las cascadas y los bosques.

En su esquina noroeste, tras uno de esos intersticios, precisamente el que domina la vista del lago Cayuga, recibió en 1968 el arquitecto I. M. Pei el encargo de construir el Museo de Arte de la Universidad. Para los que estudiábamos arquitectura en Cornell en los noventa, la presencia del edificio que finalmente se construyó, junto a la Escuela de Arquitectura, no dejaba de intrigarnos: el Herbert F. Johnson Museum of Art, diseñado con una abstracta descomposición de volúmenes desafiaba abiertamente el contexto arquitectónico. El edificio era a la vez extraño y familiar. Ajeno a la historia del lugar, pero integrado en el paisaje. Arisco en su materialidad de hormigón visto ocre, pero amable en sus secuencias espaciales y en las vistas a las que invitaba.

El profesor de la Escuela de Arquitectura de Cornell Vince Mulcahy, en su análisis audiovisual del Ars Quad de la Universidad1, ha puesto énfasis en la forma en la que el edificio de Pei se presenta como delimitador de vacíos y de transparencias, opuesto en su concepto volumétrico a la masividad de las Facultades históricas que se depositan alrededor de la explanada del campus. Conjeturando sobre las reticencias de su autor a rellenar un vacío histórico, nos propone interpretar la pieza como el tipo de edificio que realmente “no quisiera haber estado allí”.

Muchas veces los encargos arquitectónicos se plantean en ubicaciones que bien merecieran permanecer vacías o “indultadas” de la sentencia que los condena a ser ocupados y los edificios resultantes, en justa correspondencia, se trasmutan en alternativas que eluden la apariencia de la arquitectura convencional. Aceptan entonces la metáfora de la topografía, del paisaje, de las infraestructuras o de las formas naturales. Se describen a sí mismos como laderas construidas, desfiladeros, rocas varadas, bastiones, puentes o bosques.

En el proyecto del Centro de Salud “Isla Chica” de Huelva, nos encontrábamos con una singular situación urbana, indeterminada y prometedora a la vez. Con la demolición del antiguo Estadio Colombino, junto a la barriada de Isla Chica, la ciudad se encontraba con un vacío rectangular de grandes dimensiones que aconsejaba tomar decisiones de calado. Los resultados de un concurso de ideas de gran concurrencia llevaron a planificar el área como la combinación de un parque central con un perímetro de bloques de viviendas y equipamientos, trazados con límites quebrados e imprecisos. El propio concurso de ideas del Centro de Salud, bastante posterior, había de dar pie a la construcción del primero de esos edificios, con el parque aún sin ni siquiera proyectar.

El proyecto de Consultorio resultante se ha alineado con aquella estirpe de arquitecturas “que no querían estar ahí”. Aprovechándose de la diferencia de 7 metros que se presenta entre la cota de la barriada Isla Chica y la del futuro parque, el edificio aparecería como un bastión, como un simple muro de contención plegado que permitiera conformar una plaza mirador desde el que el barrio se asomaría al parque. Esta nueva plaza belvedere incluso se dotaría de sombra y ajardinamiento para hacerse más habitable.

La consecuencia para el propio Centro de Salud es que adquiriría en cierto modo el carácter de una arquitectura excavada, casi una cueva, iluminada por pequeños patios y por lucernarios disimulados en el pavimento. No parecía ésta una comparación, la de cueva, ajena a resonancias relativas a lo que en el fondo es un Centro de Salud, una suerte de oráculo délfico, ahora en su propia gruta Coriciana. Lo que inicialmente se planteaba como un nuevo edificio en la ciudad se transmuta en un bastión que contiene una plaza y un nuevo paisaje urbano. A través del Centro de Salud, el barrio se comunica con su parque: el futuro valle verde que habrá de sustituir al actual aparcamiento provisional.

La configuración interna del Centro de Salud es deudora de estas premisas. Cuenta con dos accesos, uno en la plaza superior y otro a cota del parque, los cuales configuran una secuencia pública entre una y otro a través de la escalera y el ascensor principales del Centro. El arquitecto holandés Herman Hertzberger puso certeramente en valor el papel de la “accesibilidad pública del espacio privado”2 en la vitalidad de las relaciones urbanas, proponiendo ejemplos como el Passage du Caire de París o el Passage Pommeraye de Nantes. En esa línea, la ambición no disimulada de este Consultorio, como en su momento fue la del Centro de Salud Lucano de Córdoba, ha sido la de disolverse en la trama urbana de recorridos, encuentros e interacciones.

En el interior, todas las circulaciones se organizan en torno a un atrio central, de aspecto decididamente subterráneo, sólo iluminado naturalmente por los tres pequeños patios y los cuatro lucernarios insertados en la plaza. El tratamiento de la envolvente, de líneas quebradas pero blandas en sus vértices, y construida con hormigón prefabricado texturado de color terrizo, no hace más que enfatizar la intención originaria de hacer del edificio una variante del paisaje precedente. Sólo un bastión, una plaza y un pasaje. Y el edificio, como si no hubiera estado allí.

Véase el vídeo de su discurso en https://www.cornell.edu/video/cornell-arts-quad-accident-or-design
2 Herman, Lessons for Students in Architecture. 010 Publishers, Rotterdam, 1991.

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