“Cuando el Estado imagina a los refugiados como parte de la fuerza laboral, la arquitectura de los refugiados deriva hacia las ciudades; cuando imagina a los refugiados como ciudadanía, la arquitectura deriva hacia la vivienda; y cuando el Estado no puede imaginarse a los refugiados ni como ciudadanos ni como trabajadores, la arquitectura deriva hacia los campos”1.
Cuando elaboramos nuestra propuesta para el Concurso Internacional WDCD Refugee Challenge de 2015 no había aún publicado Andrew Herscher el texto del que procede el párrafo anterior. Nuestra visión de una amigable ciudad de los refugiados era más ingenua. No imaginábamos a la comunidad de refugiados que llega a la ciudad como futura fuerza laboral, en primera instancia, sino como los invitados con los que se colabora para recibirlos y acomodarlos.
En nuestro proyecto (denominado Ready-made to live), la ciudad de acogida imaginada ofrecería el espacio físico para el nuevo barrio de los que llegan y el sistema constructivo ideado permitiría un montaje rápido de los alojamientos en régimen de construcción colaborativa, donde la combinación del paquete plano y los ensamblajes user-friendly harían de la experiencia de acogida un juego de construcción cercano al montaje de los muebles por componentes.
El diseño de la vivienda casi instantánea para los refugiados que se presentaba a la convocatoria representaba una nueva variante del sistema Arkit, que ya había dado sus frutos en el prototipo de vivienda para temporeros en Cartaya, y en la vivienda Solarkit, pero en esta tercera versión se trabajaba con la intención de crear ciudad, o al menos de integrarse en esta, de conformar espacios públicos y de ofrecerse como vehículo para que la comunidad que llega establezca vínculos con la que la acoge a través de la colaboración en la construcción, ofreciendo el proceso de la obra como un lugar de encuentro.
En nuestras presentaciones del sistema Arkit (“la casa como kit de muebles”), muchas veces mostrado a través de maquetas reconfigurables por el usuario, solíamos invitar al espectador a utilizar las maquetas como un juego de construcción, a encontrar la diversión implícita en el proceso. Señalaba Adolf Behne que, inevitablemente, “el instinto del juego acompaña también a la componente utilitarista de la construcción”2 . Ello nos llevaba a domesticar el posible participativo en el diseño de la vivienda al dotarlo de las pautas y las reglas de un “juego de construcción” divertido.
En la propuesta para el Refugee Challenge la apelación al juego se llevaba a un estrato más general, cercano a los presupuestos de Johan Huizinga, el creador del concepto del homo ludens, que argumenta que toda cultura surge en forma de juego, que es jugado desde el mismo principio. Es a través del juego como la sociedad expresa su interpretación de la vida y del mundo3. El juego funda los rituales, y finalmente la cultura.
Recibir a los refugiados y establecer vínculos a través del juego, y que este juego sea la propia construcción de las viviendas, materializadas a través de componentes prefabricados que se montan sin mano de obra especializada, sólo siguiendo un tipo de reglas parecido a las de los muebles de “paquete plano”, sería el escenario que nuestra propuesta imaginaba, una hipótesis tal vez ingenua, pero llena de sugerencias amables. Recibir al extranjero ayudándole a construir su vivienda, participando con él en un juego de construcción que no sólo da como resultado las viviendas, sino también los espacios públicos que estas conforman.
El texto de Herscher sobre la arquitectura de los refugiados desarrolla también una atrevida hipótesis cuando establece que “cuando se encargó a los arquitectos la tarea de alojar a los refugiados durante y después de la I Guerra Mundial, encontraron nuevas técnicas y prácticas, muchas de las cuales posteriormente se codificaron como paradigmáticamente “modernas”. “La arquitectura moderna era, en cierta medida, una arquitectura de refugiados”.
Desvela el autor como, por ejemplo, el emblemático proyecto de la Casa Dom-Ino de Le Corbusier, iniciado en 1914, meses después de que el ejército alemán invadiera Bélgica y forzara a que el 20% de la población belga huyera como refugiados a los países vecinos, fue planteado en el contexto de la respuesta habitacional a esta situación de emergencia. Y nos muestra un rasgo cercano a nuestro proyecto: la casa Dom-Ino haría posible que los propietarios fueran los constructores de las viviendas; según Le Corbusier, los propietarios podrían “pedir la estructura portante a una fábrica, el mobiliario interior a otra (…) y luego construirse ellos mismos una casa”.
Durante la II Guerra Mundial, Le Corbusier también recurrió a las viviendas para refugiados como estímulo para elaborar nuevas propuestas de sistemas constructivos, en este caso ensamblados en seco y compuestos de elementos prefabricados atornillados. Llegó a proponer un sistema de clubes juveniles que podrían ser construidos por los propios miembros del club. De nuevo la construcción como juego y como actividad fundadora de vínculos sociales.
Montaje en seco, usuario como constructor, la obra como lugar de encuentro de comunidades, los sistemas de prefabricación ligera de viviendas como generadores de espacios urbanos. El proyecto Ready-made to live se propuso un reto de insignes precedentes.
1 Herscher, Andrew, Desplazamientos. Arquitectura y refugiados. Puente Editores, Barcelona, 2020.
2 Behne, Adolf, 1923: La construcción funcional moderna. Serbal, Barcelona, 1994.
3 Huizinga, Johan, Homo Ludens. A study of the play-element in culture. The Beacon Press, Boston, 1950.