En los inicios del proyecto para el Centro Andaluz de Accesibilidad y Autonomía personal, en Córdoba, lo más adecuado parecía ser dotarlo de dos o tres plantas. De esta forma el programa de usos se hubiera acomodado en una relación de alturas jerárquica, según una estratificación convencional: los recintos más públicos (salón de actos, sala de exposiciones y biblioteca) se situarían en la planta baja, concentrado el mayor trasiego de visitantes ajenos al centro, mientras que los usos más restringidos (oficinas y despachos de dirección) ocuparían las plantas superiores. En lugar de esto, la propuesta se dispuso totalmente horizontal, conectándose todos sus lugares en el mismo nivel, tratando todo el plano de la parcela como un mosaico unitario, donde los caminos exteriores, el estanque, el bosquecillo de entrada, las pérgolas, los aparcamientos… serían equivalentes sobre el terreno “natural” a la galería interior (la “calle de los sentidos”), al paquete de oficinas o a las salas para el público. Sólo un único plano horizontal que se podría extender sin límites, conectado por múltiples vías.
La cáscara cerámica del edificio no es el conjunto de fachadas y techos habituales, sino que funciona como la pared de una burbuja que selecciona un campo del mosaico, de ese paisaje geometrizado, para darle estatuto de espacio interior con su ambiente controlado, al modo cómo las geodésicas de B. Fuller proponían un volumen de aire protegido en medio de la extensión horizontal del territorio natural. La horizontalidad en sentido amplio es una condición habitualmente atribuida al espacio moderno, que concede una primordial importancia a la apertura y la continuidad “en contraste con esos ‘lugares’ aislados y semiindependientes que constituían la estructura espacial de los mundos del pasado. (…) La relación con el cielo, esa ‘dimensión’ sagrada’ de las culturas del pasado, tiende a olvidarse cuando la tierra se abre como una extensión horizontal”.[2].
Mark Wigley, en su ensayo “The Architectural Brain” ha llevado la interpretación de la inevitable “horizontalidad” del espacio moderno, en su cada vez más intenso despliegue de flujos, nodos, procesos paralelos, redes, anchos de banda, interfaces, etc. hasta unos antecedentes localizados en el siglo XVII, cuando la compresión del universo empezó tomar cuerpo en forma de cuadros comparativos, tablas, diccionarios, libros de cuentas y cálculos en los que cada entrada interconectada tenía un estatus equivalente. Nacía una nueva libertad democrática opuesta a la antigua jerarquía de la autoridad y el conocimiento. En nuestra cultura arquitectónica contemporánea, la consecuencia extrema, más o menos consciente, es que la lógica de esta red horizontal de sistemas de comunicación acaba llegando a los edificios. Los interiores quieren ser diagramas, o mejor, circuitos integrados. Los “mat-buildings” de postguerra (Universidad Libre de Berlín, Hospital de Venecia…) o los espacios educativos en redes infinitas de Konrad Waschsmann serían la materialización más clásica del concepto.
Pero la génesis del proyecto de Cordoba tiene una componente conceptual más física. Un centro para exponer todos los avances de los medios de accesibilidad y autonomía personal hubiera acogido de forma natural y deseable las novedades en elevadores, plataformas y artilugios que permiten a los discapacitados físicos sortear la gravedad. Pero preferimos hacer lo contrario: no habría gravedad que sortear para nadie. Todos los visitantes compartirían el mismo plano horizontal sin accidentes, sirviéndose del sonido de los surtidores del estanque, de la sombra del bosque de entrada, del olor de las plantas aromáticas, de las distintas intensidades de la luz natural, de las distintas texturas y dibujos geométricos del pavimento, para orientarse usando todos los sentidos disponibles. Una única calle de dimensiones casi urbanas construye el interior, un espacio único de encuentro sin enigmas y con claves de uso intuitivas. En el solar del CAAAP no habrá jerarquías frente a una escalera o un laberinto. Por un momento, y bajo una única bóveda cerámica, todos seremos horizontales.
[1] El lector avezado habrá reconocido el préstamo del poema de Silvia Plath que comienza “I am vertical / but I would rather be horizontal”. Es moneda común atribuir al texto un subyacente sentido suicida (bajo la influencia de lo que fue el final de la escritora) pero tal vez no se ésta más que una interpretación ventajista a posteriori en clave sicológica que no saca a la luz otras sugerencias más interesantes en el poema: el árbol es vertical, jerárquico, simboliza la autoridad indiscutida – paterna – que trasciende las generaciones, mientras que tumbarse entre las flores es establecer una “conversación abierta con el cielo”: “(…) It is more natural to me, lying down. / Then the sky and I are in open conversation. / And I shall be useful when I lie down finally: / Then the trees may touch me for once, and the flowers have time for me.
[2] La cita es de Norberg-Schulz, Christian. Los principios de la arquitectura moderna. Editorial Reverté. Barcelona, 2005