La ordenación tiene su generatriz en la disposición de las piezas del barrio de San Isidoro y del propio colegio público colindante: edificios lineales, paralelos a las curvas de nivel, abiertos a espacios semipúblicos dimensión suficiente. Se origina así un conjunto de plazas ajardinadas a diferente altura, salvando la topografía del solar. 

Se construyen tres bloques, cada uno de ellos compuestos de dos prismas paralelos de 45 x 7 x 12 m, separados 4.5 m y enlazados por galerías de circulación. Un recorrido peatonal perfora los bloques en el centro de su planta baja y paralelamente un recorrido rodado atraviesa sus extremos a cota de semisótano, enchufándose a él los garajes.

La simplicidad del trazado hace viable un sistema de forjado industrializado: con una sola dimensión de placa alveolar se resuelve toda la promoción. La composición de colores de las fachadas a los patios se propone como un contrapunto a la rotundidad de la volumetría. La elección de los colores tuvo en cuenta la estricta normativa de Antequera, que restringe al blanco, el albero y el beige los colores autorizables.